Había una vez una joven que tenia de todo: hijos perfectos, un marido maravilloso, un buen empleo que le daba muchísimas gratificaciones y una familia muy unida. Lo extraño es que ella no podía conciliar todo eso. El trabajo y los quehaceres la ocupaban todo el tiempo y su vida siempre era complicada en algunas áreas. Si el trabajo le tomaba mas tiempo, ella tomaba tiempo de los hijos, si surgían problemas, ella dejaba de lado al esposo para tener mas tiempo para resolverlos, y así las personas que ella amaba y sus necesidades pasaban a segundo lugar para más adelante.
Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo el tiempo y su vida continuaba agitada y confusa que no le permitía cuidar de la flor.
Ella llegaba a casa, miraba la flor y estaba viva, no mostraba señal de debilidad o de estar marchitándose, apenas un poco descolorida, pero aún linda y perfumada, entonces ella pasaba de largo, aspirando embelesada el aroma que èsta dejaba en la casa.
Hasta que un día, sin darse cuenta la flor murió, ella al llegar a casa se llevó un tremendo susto y una honda pena, la bella flor ahora estaba marchita y sin vida, la raíz reseca, sus hojas caídas, oscuras y arrugadas. La joven lloró mucho y contó a su padre lo que había sucedido.
Su padre le respondió: “Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, lamentablemente no puedo curar tu pena dándote otra flor igual a esa que pueda compensar su falta, porque era única, así como tus hijos, tu marido, tu familia, tus amigos… Tienes que aprender a regarlos, podarlos y darles atención, pues al igual que la flor que has perdido, los sentimientos también se mueren y se marchitan. Te acostumbraste a ver la flor siempre ahí, siempre florecida y perfumada y te olvidaste de cuidarla.
¡CUIDA A LAS PERSONAS QUE AMAS!
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